Arte Profano

Ana Pérez Martín

Y el arte se encerró en una jaula. Una que dice llamarse museo y te mira con cara de “no estás al nivel de lo que hay colgado en estas paredes”.  Vitrinas que protegen un aparente aura que nos ha sido negado disfrutar. Una sala, un escenario, una valla a dos metros, un gran equipo de sonido. Una voz que suena en nuestra mini-cadena, por los altavoces del portátil, unos arreglos estupendos, caras de foto.  Una puerta, una frontera: “aquí dentro hay ARTE”, afuera… lo de fuera es vulgar: “¿crees que sabrás disfrutar de lo que aquí se esconde?” Y un precio: si es gratis será porque no vale nada.

La industria nos lo ha vendido y nosotros nos lo hemos tragado. Que el arte es algo de lo que sólo algunos entienden y que si no hay al lado una plaquita, un artículo en un periódico, un locutor con voz de llevarse la mano siempre al mentón, un montón de terminología incomprensible… entonces serán “manifestaciones sociales más que artísticas”, como denuncia Nando Cruz en su artículo La tiranía del reproductor casero. “Hay cierto consenso entre críticos y teóricos acerca de que el poder o la impotencia de las obras de arte depende estrictamente de su inscripción institucional”, esta vez es Reinaldo Laddaga el que pone en palabras la realidad que conocemos.

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Arte profano en El Raval, Barcelona

Está bien tener prescriptores, periodistas, que consumen mucha cultura y que nos pueden hacer recomendaciones; a mí por lo menos me ayuda a elegir. Pero, ¿por qué permitimos que sean ellos y las instituciones quienes nos digan “hasta aquí hay arte, lo demás es vulgar”? ¿Por qué sólo vale su palabra? ¿Por qué confiamos más en un cartel que pone museo que en las obras que se encuentran dentro? ¿Por qué es artista el cabeza de cartel del Primavera Sound y los chicos que nos hacían bailar el otro día en la playa no?

Voy por la calle, hay miles de anuncios, caras que siempre llegan tarde, luces, ruidos… hay algo que me frena en seco. Saco el móvil: fotografío. Tomo distancia: sonrío. Algún grafitero anónimo ha decidido ponerle color a la esquina que doblo cada día. Me hundo en el barullo del metro, el ticket, el torno, el chico que salta, el transbordo. De repente me doy cuenta de que en este pasillo el ritmo se ha vuelto mucho más humano. Escucho: un organillo de señor con sombrero del chino. Una persona, que se está expresando a través de la música, de la pintura, la performance… y que me obliga a detenerme, a incorporar lo que cuenta en mi caminar diario, a sacar mi libreta y escribir dos líneas nuevas. Esto, a mi entender, también puede considerarse arte.

Arte profano. Laddaga lo entiende, en Estética de laboratorio, como “la multitud de actos expresivos con componentes estéticos no ejecutados por profesionales”. En oposición al arte especializado: “lo que artistas y escritores profesionales producen”. Voy a entender el arte profano por aquella manifestación artística que no ha sido “sacralizada” por ninguna institución. Pero voy a reivindicar que puede ser tan especializado como el que se esconde en los museos. Como puede ser igual de especializado el público de la calle que el que visita el Prado. ¿No llevamos toda la vida siendo público de este arte profano? ¿Acaso no podríamos llamarnos especialistas? Los medios de comunicación deberían cubrir aquello que afecta a la sociedad, que forma parte de ella y no someterse al poder de las instituciones. Creo que no hay arte con más relevancia en el día a día de la ciudadanía que el que se manifiesta en la calle y en el transporte público, el que está al alcance de todos. Este es el arte que se mostrará en esta sección. Arte profano: sin auras, o con ellas, pero nunca encerradas en jaulas.

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